SIGH.
Érase que ser era, un anonimato que le gustaba llevar capas rojas y pinchos naranjas. Era feliz haciendo uso de la contradicción en el mundo real, pues todos sabían y conocían la existencia de ese anónimo tan follonero... Un día, conoció a una envidia feliz y contenta que arrancaba todas las cabezas de Barbie que se encontraba por su camino, aliviando la amargura de las pobres esclavas que se veían obligadas a disfrutar con esas asquerosidades. Al inicio, pensó que era como el resto de las otras hasta que al mirarla a los ojos vio un brillo de demencia jocosa y absurdez lógica... Envidia se fijó en ese tío estrafalario que intentaba ser un anonimato (llamando más la antención que otra cosa), y le sonrió. Ahora ya tengo con quién jugar , pensó. Se acercó y le dio la mano, haciendo al anonimato, el estrafalario más feliz del mundo. Le propuso un juego: a ver cuánto te atreves a confiar . El otro accedió (con tal de estar cerca de ella), así que se puso el trozo de tela en los ojos que el